Hace algunos días salió enojada de mi oficina Doña
Colombia, había venido a ahorrarse tiempo y unos pesos.
Al plantearme sus inquietudes
le manifesté que lo mejor que podía hacer era contratar los servicios de un
profesional del derecho especializado en arrendamiento de vivienda urbana, ella
como muchos de sus vástagos, me manifestó no disponer de tiemplo, plata y ganas para esas bobadas, que para eso estaban las
cosas gratis del gobierno y que no se podía poner a perder parte de la comisión
que los herederos de don Antonio le estaban pagando.
Don Antonio era un periodista
de renombre y su fama había sido ganada por ser de los primeros que le dio por
traducir del francés al español cositas importantes que luego se transformarían en
la base de las cartas magnas de este país del corazón de Jesús.
Doña Colombia es la
administradora de ese caserón y estaba preocupada porque el contrato de arrendamiento
estaba por vencerse, tenía dudas sobre el inquilino actual, un señor bogotano
de hablar enredado que a ratos pagaba, que a otros no y que ella no sabía que
tenía pero no le daba confianza del todo, ella no sabia si estaba borracho a toda hora o si es que era así, él estaba luchando por otra prórroga
y ya había ofrecido una propuesta nueva y hablaba de paz, de unidad y ahora
estaba presentando como fiador al hermano de un cantante, este señor unos días tiene coloca y otros días no, a más de tener grandes problemas con un clérigo secular( me perdonan los expertos pero es por motivos didácticos).
También me dijo doña Colombia
que había otras personas interesadas en la casas, dos señoras y dos señores. Doña Colombia por solidaridad de genero se inclinaba por las damas pero tenía
dudas sobre la capacidad de estas señoras para poder con todo ese caserón
además de que la una tenía un habladito muy golpeado y como revolucionario y la
otra había cogido un andar como militar y era dura en sus opiniones. Una de
ellas había sido vecina de la casa de don Antonio, pero le daba miedo que le
llenara la casa de maestros, músicos, pensadores, y en fin eso se volviera un
antro bohemio sin género definido.
La otra señora, la del andar
militar, nunca había podido tener casa propia, siempre había vivido en
pedacitos, incluso ya había habitado en una pieza en la casa de don Antonio que
otro inquilino le había subarrendado, a doña Colombia le chocaba que como de fiador decían que tenía al mismo que uno de los señores, pero nada estaba claro.
Doña Colombia era la fiel exponente del querer dignificar las mujeres y desconfiar de sus inmensas capacidades.
Los dos señores eran muy
sonrientes, uno era rolo del todo, con un hablar algo enredadito y dizque muy
inteligente, ganador de premios en el exterior, montador incansable de
bicicleta, pero doña Colombia manifestaba que estaba muy biche para el puesto y
que estaba como magullado de haberse dejado manosear en muchas partes.
El otro era un paisa cafetero
buena gente pero algunos decían que muy mal relacionado, también ya había
vivido en una piecita subarrendada de la casa en mención, a doña Colombia le
parecía que no tenía los suficientes pantalones y que el fiador que presentaba
era el que en realidad mandaba.
Ante tal panorama le pregunté
a doña Colombia si había hablado con cada uno de ellos a lo que me dijo que
no, que todo lo que sabía de ellos era por los chismes y las habladurías del
barrio. Le dije que si alguno le había hecho una propuesta para ocupar esa casa
y me dijo que si habían unas propuestas que estaban incluso por el internet
pero que ella no se iba a poner a esculcar esas cosas, que no tenía ni
quería botarle tiempo a eso.
Yo le dije que la única manera
era que conociera las propuestas de cada uno las estudiara, mirara que tan
reales eran, les preguntara, los oyera cuando hablan y que después de un
estudio juicioso decidiera ella a quien alquilarle, ella vocífero, me dijo que
yo para que servía, que para que me pagaban que si no era capaz de decirle a
quien alquilarle la casita entonces yo no servía para nada, yo ya ofuscado ante
la pereza y atrevimiento de la señora le dije: haga lo que quiera al fin y al
cabo la casa es como si fuera suya, eso si después no se queje porque el
inquilino le salió muy malo.
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